Sunday, September 11, 2011

WTC, 11 de Septiembre


Es 1998, me acerco a una ventana y veo todo Manhattan a mis pies, estoy en el piso 108, en la sala de observación de la Torre Sur del Word Trade Center, el lugar ha sido acondicionado para recibir a miles de turistas, que después de tomar un veloz ascensor llegan ansiosos a ver por las ventanas.
Pongo mi cabeza entre dos columnas, que apenas dan espacio para mi cuerpo, veo hacia abajo, hasta donde el vidrio me permite asomarme y noto la considerable altura en donde estoy, ni pensar en caerse desde ahí, da espanto solo pensarlo. Mi madre, quien me acompaña en la aventura, me toma un par de fotografías, imágenes que luego tendré en papel, es una época previa a las cámaras digitales, mi Pentax K1000 hace lo suyo.
Luego de comer una pizza en uno de los negocios ubicados en el mirador subimos hasta la azotea, no hay estructura más alta que las torres en toda la ciudad, el Empire State visible en la distancia en dirección norte quizás es más esbelto, pero no más alto.
Mientras los años pasaron, las Torres siempre estuvieron ahí, eran el trasfondo de la gran ciudad, no importa desde donde uno estaba.


En Enero de 2001, hice un brunch (desayuno-almuerzo) dominguero junto a mis padres, en el Restaurante Windows of the World, ubicado en la misma torre sur, no hay como desayunar con un buen champagne y una vista magnífica. En un piano, un hombre tocaba un blues y algo de jazz con tanta determinación que no terminó de gustarle a mi padre, yo estaba muy alegre ese día, a pesar del frío, la mañana era muy brillante y transparente, ni una nube en el cielo. En la lejanía se observaban a varios aviones despegando del aeropuerto  La Guardia, nunca se me pasó la idea de que uno de ellos podría impactar en las torres.
Meses después, al encender CNN creí ver una película de efectos especiales cuando las torres eran golpeadas por aviones secuestrados, como todo el mundo, me costó dar crédito a lo que veía, entristecido vi desaparecer aquellas maravillas de la ingeniería que mientras colapsaban cegaban la vida de cientos de personas.

Friday, September 2, 2011

Los gatos, uno de mis animales favoritos


Los animales fueron 
imperfectos, 
largos de cola, tristes 
de cabeza.
Poco a poco se fueron 
componiendo, 
haciéndose paisaje, 
adquiriendo lunares, gracia, vuelo. 
El gato,
sólo el gato 
apareció completo 
y orgulloso:
nació completamente terminado, 
camina solo y sabe lo que quiere.

El hombre quiere ser pescado y pájaro, 
la serpiente quisiera tener alas, 
el perro es un león desorientado, 
el ingeniero quiere ser poeta, 
la mosca estudia para golondrina, 
el poeta trata de imitar la mosca, 
pero el gato
quiere ser sólo gato 
y todo gato es gato 
desde bigote a cola, 
desde presentimiento a rata viva, 
desde la noche hasta sus ojos de oro.

No hay unidad 
como él, 
no tienen 
la luna ni la flor 
tal contextura:
es una sola cosa 
como el sol o el topacio, 
y la elástica línea en su contorno 
firme y sutil es como 
la línea de la proa de una nave. 
Sus ojos amarillos 
dejaron una sola 
ranura
para echar las monedas de la noche.

Oh pequeño 
emperador sin orbe, 
conquistador sin patria, 
mínimo tigre de salón, nupcial 
sultán del cielo 
de las tejas eróticas, 
el viento del amor
en la intemperie 
reclamas 
cuando pasas 
y posas 
cuatro pies delicados 
en el suelo, 
oliendo, 
desconfiando
de todo lo terrestre, 
porque todo
es inmundo
para el inmaculado pie del gato.

Oh fiera independiente 
de la casa, arrogante 
vestigio de la noche, 
perezoso, gimnástico 
y ajeno, 
profundísimo gato, 
policía secreta 
de las habitaciones, 
insignia
de un 
desaparecido terciopelo, 
seguramente no hay 
enigma 
en tu manera, 
tal vez no eres misterio, 
todo el mundo te sabe y perteneces 
al habitante menos misterioso, 
tal vez todos lo creen, 
todos se creen dueños, 
propietarios, tíos 
de gatos, compañeros, 
colegas, 
discípulos o amigos 
de su gato.

Yo no.
Yo no suscribo.
Yo no conozco al gato.
Todo lo sé, la vida y su archipiélago, 
el mar y la ciudad incalculable, 
la botánica, 
el gineceo con sus extravíos, 
el por y el menos de la matemática, 
los embudos volcánicos del mundo, 
la cáscara irreal del cocodrilo, 
la bondad ignorada del bombero, 
el atavismo azul del sacerdote, 
pero no puedo descifrar un gato. 
Mi razón resbaló en su indiferencia, 
sus ojos tienen números de oro.

Pablo Neruda, Oda al Gato