Sunday, November 6, 2011

Bicentenario



(Dejaremos la guerra civil de Estados Unidos por un momento)

Hoy hace doscientos años, San Salvador intentó separarse de España, levantamiento que no fructificó, las autoridades de la corona apoyadas por otras ciudades -que no acompañaron la intentona- terminaron sometiendo a los rebeldes. 
Desde 1811 a 2011 ha llovido mucho, en la actualidad los historiadores se han encontrado con una buena cantidad de mitos sobre nuestra independencia, mitos que fueron creados en su mayoría hace cien años, cuando celebrábamos el centenario y que hoy, durante el bicentenario, han tenido que desmontarlos. (¿Qué mitos estaremos construyendo para el tricentenario?)
Una de las imágenes mentales que más han hecho mella en la colectividad salvadoreña es imaginarse al doctor José Matías Delgado tocando las campanas de la iglesia la Merced, gritando “libertad” y arengando al pueblo contra los españoles. Se dice que es un copy-paste del mexicano Grito de Dolores
¿Qué le vamos a hacer? la sola idea es genial, muy ilustrativa, casi que de película, pero lamentablemente nunca ocurrió en San Salvador de 1811, las campanas de la iglesia La Merced sí repicaron, pero tal como ocurría en todas las madrugadas, y no salió el cura por el campanario insultando a los “chapetones” (españoles). Es difícil batallar contra esa figura, generaciones de hombres y mujeres han sido educados con esa imagen, yo mismo, cuando niño, en una dramatización de la independencia me tocó personificar al padre Delgado, subir a un campanario de durapax y papeles de colores, tocar una campana de mentiras y gritar “libertad”.

Para muchos salvadoreños celebrar el bicentenario les parece absurdo, casi siempre la queja es que la independencia es una celebración vacía, que nunca hemos sido independientes, aunque así como va el mundo, no creo que un país sea completamente soberano.  Otros no saben a ciencia cierta que realmente se celebra, y la mayoría –supongo- se dejan llevar por el espectáculo televisivo y por los militares, que por trillonésima vez, salen a marchar por las calles.

El bicentenario es una fecha interesante, aunque el objetivo fundamental de los rebeldes era la independencia de España (y liberarse de los comerciantes guatemaltecos que los ahogaban con los precios de los productos), fue de algún modo el germen desde donde comenzó a diseñarse una república con atisbos liberales. 
Las chispas intelectuales que se produjeron en la ilustración europea vinieron a caer por aquí, ideas que entonces eran revolucionarias y que generaban debate, sorpresa y escándalo, le dieron sustrato a los derechos ciudadanos de una república que terminó naciendo por accidente. 
La libertad de culto, de opinión, la disolución de la monarquía, la igualdad de hombres y mujeres, la libertad de los esclavos, la división Estado-Iglesia, el matrimonio civil y el divorcio, entre otros, fueron combatidos (y siguen siendo) por la iglesia y los conservadores. 
Hemos fracasado en muchas cosas y con seguridad seguiremos fracasando, la independencia y la república liberal no es una licencia automática para que todo caiga del cielo. Lo que hizo fue darle derechos a los  ciudadanos, derechos que muchas veces en nuestra historia han sido violentados por el mismo Estado, pero derechos al fin, utopías, paradigmas liberales, que con el tiempo terminaron siendo obviedades que ni las  pensamos, que nos permiten decirle a una iglesia no nos interesa su credo sin el peligro que nos quemen en una hoguera, o cosas tan simples  como obtener una partida de nacimiento, obviando intereses eclesiásticos. 
Dos siglos después venimos a parar casi por accidente en una república, que transitamos unos meses siendo mexicanos (a la fuerza), luego provincias federales, para luego inventar un país con problemas y remiendos. La verdad es que el bicentenario nos dice que vamos montados en el caballo de la historia, que va corriendo a toda velocidad; y el tiempo, como el viento, nos golpea la cara marchitándonos año con año. No nos queda otra que agárranos bien de la montura, para que en una de esas carreras, no nos caigamos.