Siendo un niño, un día de tantos me topé con un libro, era una de esas ediciones americanistas de mediados del siglo XX, llamada “Cultura y Espíritu”, en donde se publicaba una serie de relatos cortos de distintos temas, había artículos de arte, de ciencia, de historia, etc. Entre todas las lecturas hubo una en especial que me clavó en el primer momento que comencé a leerla, contaba la historia de un campesino que un día de tantos notó que su siembra de maíz se le había marchitado; mejor dicho, su maizal se le había quemado, mientras investigaba el extraño cambio de su plantación sintió el suelo caliente, y luego un temblor, aterrorizado observó que la tierra había aparecido una grieta desde donde emergió una bocanada de gas, era una fumarola.
Mientras los días pasaron la fumarola se transformó en un volcán, el cual escupía lava, ceniza y rocas, en poco tiempo los flujos volcánicos destruyeron el cercano pueblo de Paricutin y al vecino San Juan Parangaricutirimícuaro, ambos en el Estado de Michoacán en México.
El artículo me sorprendió, yo que he vivido toda la vida en una zona volcánica me doy cuenta las dimensiones que puede alcanzar un volcán, pero lo más impresionante sería ver emerger una enorme montaña humeante en un tiempo tan corto. Desde entonces comencé a temer porque bajo el suelo de mi casa se elevara un volcán, ocasionándonos la ruina absoluta, una verdadera tontería tomando en cuenta la posibilidad que un Paricutin personal apareciera bajo mi cama; pero, ¿Quién juzga la mentalidad de un niño? Recuerdo que cada cierto tiempo tocaba el suelo y me tranquilizaba después de sentir que los ladrillos se mantenían frío, pasaron los años y de vez en cuando me acordaba el remoto sueño de un volcán emergiera bajo mis pies.
Pero el martes pasado, cuando llegué a casa encontré que un tubo de hierro que sirve para demarcar un parqueo estaba tan inclinado como la Torre de Pisa, me sorprendió porque el dichoso tubo tiene casi 15 años de estar en ese lugar, y por su instalación y grosor parecía que nada en la tierra sería capaz de moverlo de su sitio y mucho menos inclinarlo. Me acerqué a verlo y noté que desde el suelo parecía emerger algo, estaba húmedo, y como no observé ningún fragmento de vidrio o alguna prueba física que me hiciera ver que se trataba de un accidente vehicular, entonces el viejo recuerdo del volcán de mis pesadillas se remontó desde el pasado. Coloqué mi mano en el suelo del parqueo y lo noté caliente, era obvio, la calle recibe la luz solar todo el día y es de esperarse que emita calor.
Supuse que la inclinación del tubo o se estaba formando una cárcava del canal del agua de lluvias, o un volcán esta emergiendo en el parqueo de casa, suspiré preocupado.
El vacio en el estomago se me quitó dos días después cuando la señora la tienda de conveniencia de la zona me comentó que un camión no reparó en el tubo del parqueo y se había estrellado, encorvándolo.
Suspiré aliviado, no fue el volcán.
Por ahora.
Mientras los días pasaron la fumarola se transformó en un volcán, el cual escupía lava, ceniza y rocas, en poco tiempo los flujos volcánicos destruyeron el cercano pueblo de Paricutin y al vecino San Juan Parangaricutirimícuaro, ambos en el Estado de Michoacán en México.
El artículo me sorprendió, yo que he vivido toda la vida en una zona volcánica me doy cuenta las dimensiones que puede alcanzar un volcán, pero lo más impresionante sería ver emerger una enorme montaña humeante en un tiempo tan corto. Desde entonces comencé a temer porque bajo el suelo de mi casa se elevara un volcán, ocasionándonos la ruina absoluta, una verdadera tontería tomando en cuenta la posibilidad que un Paricutin personal apareciera bajo mi cama; pero, ¿Quién juzga la mentalidad de un niño? Recuerdo que cada cierto tiempo tocaba el suelo y me tranquilizaba después de sentir que los ladrillos se mantenían frío, pasaron los años y de vez en cuando me acordaba el remoto sueño de un volcán emergiera bajo mis pies.
Pero el martes pasado, cuando llegué a casa encontré que un tubo de hierro que sirve para demarcar un parqueo estaba tan inclinado como la Torre de Pisa, me sorprendió porque el dichoso tubo tiene casi 15 años de estar en ese lugar, y por su instalación y grosor parecía que nada en la tierra sería capaz de moverlo de su sitio y mucho menos inclinarlo. Me acerqué a verlo y noté que desde el suelo parecía emerger algo, estaba húmedo, y como no observé ningún fragmento de vidrio o alguna prueba física que me hiciera ver que se trataba de un accidente vehicular, entonces el viejo recuerdo del volcán de mis pesadillas se remontó desde el pasado. Coloqué mi mano en el suelo del parqueo y lo noté caliente, era obvio, la calle recibe la luz solar todo el día y es de esperarse que emita calor.
Supuse que la inclinación del tubo o se estaba formando una cárcava del canal del agua de lluvias, o un volcán esta emergiendo en el parqueo de casa, suspiré preocupado.
El vacio en el estomago se me quitó dos días después cuando la señora la tienda de conveniencia de la zona me comentó que un camión no reparó en el tubo del parqueo y se había estrellado, encorvándolo.
Suspiré aliviado, no fue el volcán.
Por ahora.
1 comment:
Les comparto mi poema, destinado a conmemorar los 70 años del nacimiento del hermoso coloso purépecha:
PARICUTIN
“¡Ay, Señor de los Milagros, . . . soy uno de tus milagros!”
Se reventaron las tripas
de la tierra incandescente,
se nos tiznaron las milpas,
Volcán, coloso inmanente.
De natura fue el encono,
fragor de pirekua, tono,
nació un cono muy humeante,
¡P’urhépecha, rey vibrante!
No hubo pena, ni castigo,
déjenme, les cuento y digo:
Tata Dionisio Pulido,
te lo juro, yo no olvido.
Que tú asististe a mi parto,
de la mente no te aparto,
¡si temblaste junto a mí,
si viste como surgí!
Con mis fumarolas prietas,
huaraches pisaron grietas,
sobre un anafre, . . . se sufre,
percibiste olor a azufre.
Espanté tus sentimientos,
¿recuerdas mil novecientos?,
año del cuarenta y tres,
del mundo fui el interés.
Convoqué a muchos famosos,
fotógrafos y curiosos,
vulcanólogos, pintores,
poetas de mis amores.
De Angahuan, hijo adoptivo,
grandioso, superlativo,
michoacano por derecho,
Meseta, mi dulce lecho.
En geología soy hazaña,
magma, piedra de obsidiana,
mineral, vapor ardiente,
un fantasma gris latente.
He suavizado el carácter,
exhalo por ancho cráter,
sigo activo, visitado,
mi lava no se ha acabado.
Soy turismo, panorama,
de económica derrama,
nunca quedaré a la zaga,
soy cirio que no se apaga.
San Juan Viejo, iluminado,
¡milagroso Dios, amado!,
enterrado oficias misas,
a ti brindo mis cenizas.
Por joven, sigo creciendo,
Nana Cueráperi, entiendo,
¡soy tu entraña, soy tu herencia,
corazón, fuego, . . . tu esencia!
Autor: Lic. Gonzalo Ramos Aranda
México, D. F., 20 de febrero del 2013
Dedicado a Don Guadalupe Trigo (QEPD)
Reg. SEP Indautor No. 03-2013-051712171201-14
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