La ciudad es pequeña, por el norte se encuentra rodeada de cerros con poca vegetación, aquí ya es otra la flora,
quedaron atrás los mangos, aguacates y árboles que nos recuerdan la selva centroamericana, Arriaga es más desértica, el calor continúa y el sol sigue quemando de lo lindo. La ciudad se encuentra partida en mitad, la herida es la vía ferrea que antes del Stan comunicaba con tren a Tapachula a 300 y algo de kilómetros más al sur, ahora el tren sale de Arriaga, por lo que los migrantes tienen que viajar todo ese tramo a pie, por medio de microbuses o como sea, en ese trayecto pasan por algunos sitios peligrosos uno de ellos conocido como "la arrocera", donde según estudios un 20% de todos los migrantes que pasan por ahi sufren asalto, y un 30% de mujeres migrantes son violadas.
En Arriaga parece que mucha gente no le interesa el tema migrante; de hecho, parece que para muchos los migrantes son invisibles, ahi se encuentran pequeños grupos de ellos bajo los árboles escondiéndose del sol, bajo la sombra de vagones parqueados, los que se ven ahora, no se verán la otra semana, en promedio semana a semana desaparecen montados sobre los vagones de carga.
Junto con unos periodistas que nos acompañan me interno en su mundo, caminamos algunas cuadras y encontramos a grupos de migrantes que descansan en las vías, no es un sitio agradable, la sospecha de que nos estamos internando en un submundo se vuelve real, nos piden "ayuda", damos algunas botellas de agua y galletas, y el ambiente se vuelve pesado, algunos fuman, algunas mujeres se esconden ante nuestra llegada, hace dos dias una banda secuestró a cuatro mujeres, llega un hombre gordo, de camisas a rayas que nos dice que es el jefe que organiza a los migrantes de origen salvadoreño; y que hay problemas, que más allá del panteón no vayamos, que hasta ahí no pueden dar seguridad que todo este bien, "cualquier cosa puede pasar".
Me subo a unos vagones que aun no se mueven, arriba esta sentado un joven hondureño, que va hacia Estados Unidos, ya tiene un día de haber llegado, me dice que tiene miedo al trayecto, que le han contado algunas cosas horribles, de ladrones que suben a los trenes y que tiran a algunos migrantes desde esa altura, no es facil estar arriba, deben de ser unos 10 metros de altura, salto de vagón en vagón junto al hondureño y me encuentro a dos salvadoreños que preparan piedras y palos, armas que les permitirán sobrevivir hasta llegar a Ciudad Iztepec donde el padre Alejandro Solalinde tiene un refugio para migrantes, ahi hay agua, un sitio para dormir, baño y aseo y un poco de seguridad.
La máquina ya se mueve, de adelante hacia atrás, conectando vagones, me dicen los migrantes que eso hacen los maquinistas, que algunos cobran "pasaje", que hay algunos tipos que organizan a los "pasajeros", sube quien paga cierta suma, que dependerá del gusto del tipejo que cobre. Algunos migrantes me indican quienes son los encargados de cobrar pasaje, me dicen que todo el día el tren se mueve de arriba a abajo, pero que no hay seguridad de una salida a determinada hora, que puede ser a las cinco de la tarde o tres de la mañana, esa incertidumbre mata, el calor mata y el lugar es peligroso, siendo temor y la inseguridad me repta por la nuca que para estos momentos ya me arde por el sol.
Finalmente la máquina pasa frente a nosotros, y comienza a conectar vagones, emitiendo un metálico sonido que asusta, ahi me doy cuenta que un niño va en uno de los vagones del tren, escoltado por seis mujeres, ninguno es su madre, el niño viaja solo y las mujeres lo están proteguiendo, parte el alma, por que la posibilidad que el muchachito llegue a algun lugar es mínimo. Estos migrantes son tan pobres que no pueden pagar ni un coyote, viajan por su cuenta, van pasando día con día viendo como sobreviven, veo a una cantidad increible de salvadoreños, no puedo creer que el país expulsa diariamente a tanta gente, una cosa es leerlo en los datos académicos y otra es verlo, olerlo y palparlo.
Ya es de noche y el tren comienza su marcha, l
a gente se sube y se va, nosotros salimos de las vías ferreas, a menos de 20 metros casas de clase media parecen no dar cuenta de lo que sucede frente a ellos, veo hacia adentro y niños ven televisión, con sus peluches y comida caliente, con sus árboles navideños y nacimientos, es hora que el niño del tren ya va hacia Ciudad Iztepeque, ¿pasará algo al pasar el panteón?, no puedo hacer nada, esa es la peor situación.
La antropología y la ciencia, con su métodología, para entonces ya valen poco.