Monday, April 5, 2010

Y la guerra comenzó


Desde ahí todo fue cuesta abajo, la guerra se intensificó, el típico sonido de balazos y bombas comenzaba a formar parte de la normalidad, a tal punto que mi familia optó por colocarle cinta adhesiva a todas las ventanas, era mejor tener vidrios rotos en el lugar que verlos saltar por los aires. De 1980 a 1983 todos los comercios alrededor de nuestra casa fueron atacados por bombas de los Comandos Urbanos, vivíamos entonces en una zona comercial, los únicos vecinos que teníamos era una familia que cuidaba una bodega frente a nosotros, la casa era enorme, construida en 1953 luego que mi familia saliera de Jucuapa producto de un terremoto que devastó esa ciudad, mi bisabuelo había encargado la construcción de una enorme casa, con 9 habitaciones y paredes extraordinariamente resistentes. Cuando comenzó a construirse la casa, alrededor eran predios baldíos, por alguna razón –para entonces yo no había nacido- fueron comercios los que terminaron por instalarse, la casa era tan grande que había espacio para todos, incluyendo a mi familia nuclear (mi padre y mi madre) y mi familia extendida (abuela, tías abuelas, y los dos hermanos de mi mamá, una tía y un tío, todos del lado materno) y tres grandes patios, yo era un niño en un mundo de adultos.
Al menos nunca llegó el ejército a realizar un cateo, y generalmente nunca tuvimos una falla eléctrica demasiado grave, a pesar que la guerrilla voló todos los postes de la cuadra, los equipos de la compañía eléctrica los levantaban en pocas horas, principalmente por que en la cercanía se ubicaba el Hospital Militar y necesitaban energía.
Pero mi abuela pasaba contando los días que los soldados tocarían a la puerta, llegó a tal su angustia que un día dispuso quemar todos los artículos “subversivos” que mi Tío Nelson –entonces de menos de 23 años- había colgado en su habitación. Fueron a la hoguera sus posters del Che Guevara, Fidel Castro, la revolución cubana y luego el fuego justiciero también agregó imágenes de Queen, Santana, Led Zeppelin, etc… Cualquier foto, recorte o poster de cualquier peludo o barbudo que para el criterio de mi abuelita representaban algún resquicio rebeldía.
Los quemamos, por que ayudé encantado, haciendo valer el potencial pirómano que todo niño posee, hicimos una pira; tal cual hizo hacía tantos siglos Fray de Diego de Landa con los códices mayas en Yucatán, y les dimos fuego consumiendolo todo; luego, para no dejar rastros, revolvimos la ceniza con tierra negra y la cubrimos, le colocamos unos ladrillos encima, no vaya a ser que los soldados hipotéticos luego preguntaran, ¿Qué cosa es esa mancha gris? Y mi abuela se quedara pálida y sin respuestas.
Mi Tío Nelson no estaba, había salido como de costumbre, cuando regresó y se dio cuenta del desenfreno paranoico de mi abuela, estalló furioso por las paredes desudas de su cuarto, el aliento acre de licor se hizo sentir, en esa época su alcoholismo comenzaba a emerger con más fuerza, a pesar que la guerra se hacía más cruenta, la vida continuaba, ni las balas, ni las bombas, los militares o los guerrilleros lograron medrar su necesidad por la bebida, un vicio que lo llevó a su muerte, veinte años después, mientras se lavaba las manos.

Lo que recuerdo del funeral de Moseñor Romero



Voy en una camioneta Toyota Corolla de 1971, de color vino, mi padre conduce, bajamos por la Calle Arce en dirección al centro de San Salvador, al contrario de hoy en día, dicha calle era de dos sentidos, habían algunos vehículos estacionados a los costados, un buen número de personas se dirigen al centro, era el 30 de marzo de 1980, domingo.

Hacía pocos días habían asesinado a Monseñor Romero, no recuerdo esa fecha, se me ha borrado completamente de la mente, solo tengo memoria que la noche del asesinato mi familia vio la nota periodistica en Teleprensa -en ese entonces en canal 2- narrado por Guillermo De León.

Desde el dia de la muerte de Monseñor hasta el Domingo 30 de marzo había pasado casi una semana, y el ambiente cada vez era más tenso, El Salvador se empinaba hacia una guerra civil que duraría 12 años, todos sabíamos que la violencia no se detenía, incluso yo, para entonces un niño.

Aunque me pasaba la mayor parte del día jugando, me atacaba la ansiedad al escuchar las bombas y disparos en la cercanía , la casa de mis abuelas, en pleno centro, se convirtió en una isla que en ocasiones era rodeada del caos y la violencia, cuando leí el Diario de Ana Frank, me sentí reflejado en la calma y seguridad que ella sentia en su refugio, una calma que en cualquier momento podría romperse, ese mismo sentimiento me embargó durante la primera mitad de los años ochenta.

Bajábamos la Calle Arce en la camioneta, casi frente a la Basílica del Sagrado Corazón, vimos el humo del primer estallido de la primera bomba con la cual inició toda la calamidad del funeral de Monseñor Romero. Se dice que un grupo de hombres armados disparó indiscriminadamente contra miles de personas que se había reunido frente a la Catedral de San Salvador para rendir honores a Monseñor. Los disparos, que venían del techo del Palacio Nacional fueron acompañados por bombas que agobiaron a la multitud, un mar de gente trataba de salir de la Plaza Barrios, muchos murieron a causa de los golpes y disparos, yo con mi padre, nos encontrábamos a pocas cuadras de ahí.

Cuando la bomba explotó, todas las personas que caminaban en las aceras de la Calle Arce comenzaron a correr, mi padre entonces hizo girar en U a la camioneta y regresamos a toda velocidad a la casa de mi abuela, ubicada en las cercanías, los disparos y las explosiones se hicieron potentes, la balacera parecía durar una eternidad.

Recuerdo el ajetreo de la familia, el sintonizar la radio YSKL y la Banda Ciudadana donde se comentaba a detalle, había tensión y miedo, mi abuela y mis tías abuelas estaban nerviosas, con mi tía Ivonne fuimos al fondo de la casa a escuchar las balas, a pocas cuadras de ahí se estaba llevando a cabo uno de los eventos más violentos de los últimos tiempos en El Salvador.

Por algún motivo, salimos a la calle a ver a la multitud de personas que subían lentamente del centro de la ciudad, mi abuela sacó un termo y repartió algunos vasos de agua a la gente, yo estaba con ella, cuando frente a mi, paso un hombre cargando una revolver que me pareció extremadamente gigantesco.

Creo que esa noche se escucharon algunas bombas en distintos lugares de la ciudad, apagamos las luces o cortaron el servicio eléctrico, no lo recuerdo, lo que si tengo memoria es que dormí con miedo.

Ahí comenzó todo.