Desde ahí todo fue cuesta abajo, la guerra se intensificó, el típico sonido de balazos y bombas comenzaba a formar parte de la normalidad, a tal punto que mi familia optó por colocarle cinta adhesiva a todas las ventanas, era mejor tener vidrios rotos en el lugar que verlos saltar por los aires. De 1980 a 1983 todos los comercios alrededor de nuestra casa fueron atacados por bombas de los Comandos Urbanos, vivíamos entonces en una zona comercial, los únicos vecinos que teníamos era una familia que cuidaba una bodega frente a nosotros, la casa era enorme, construida en 1953 luego que mi familia saliera de Jucuapa producto de un terremoto que devastó esa ciudad, mi bisabuelo había encargado la construcción de una enorme casa, con 9 habitaciones y paredes extraordinariamente resistentes. Cuando comenzó a construirse la casa, alrededor eran predios baldíos, por alguna razón –para entonces yo no había nacido- fueron comercios los que terminaron por instalarse, la casa era tan grande que había espacio para todos, incluyendo a mi familia nuclear (mi padre y mi madre) y mi familia extendida (abuela, tías abuelas, y los dos hermanos de mi mamá, una tía y un tío, todos del lado materno) y tres grandes patios, yo era un niño en un mundo de adultos.
Al menos nunca llegó el ejército a realizar un cateo, y generalmente nunca tuvimos una falla eléctrica demasiado grave, a pesar que la guerrilla voló todos los postes de la cuadra, los equipos de la compañía eléctrica los levantaban en pocas horas, principalmente por que en la cercanía se ubicaba el Hospital Militar y necesitaban energía.
Pero mi abuela pasaba contando los días que los soldados tocarían a la puerta, llegó a tal su angustia que un día dispuso quemar todos los artículos “subversivos” que mi Tío Nelson –entonces de menos de 23 años- había colgado en su habitación. Fueron a la hoguera sus posters del Che Guevara, Fidel Castro, la revolución cubana y luego el fuego justiciero también agregó imágenes de Queen, Santana, Led Zeppelin, etc… Cualquier foto, recorte o poster de cualquier peludo o barbudo que para el criterio de mi abuelita representaban algún resquicio rebeldía.
Los quemamos, por que ayudé encantado, haciendo valer el potencial pirómano que todo niño posee, hicimos una pira; tal cual hizo hacía tantos siglos Fray de Diego de Landa con los códices mayas en Yucatán, y les dimos fuego consumiendolo todo; luego, para no dejar rastros, revolvimos la ceniza con tierra negra y la cubrimos, le colocamos unos ladrillos encima, no vaya a ser que los soldados hipotéticos luego preguntaran, ¿Qué cosa es esa mancha gris? Y mi abuela se quedara pálida y sin respuestas.
Mi Tío Nelson no estaba, había salido como de costumbre, cuando regresó y se dio cuenta del desenfreno paranoico de mi abuela, estalló furioso por las paredes desudas de su cuarto, el aliento acre de licor se hizo sentir, en esa época su alcoholismo comenzaba a emerger con más fuerza, a pesar que la guerra se hacía más cruenta, la vida continuaba, ni las balas, ni las bombas, los militares o los guerrilleros lograron medrar su necesidad por la bebida, un vicio que lo llevó a su muerte, veinte años después, mientras se lavaba las manos.
Al menos nunca llegó el ejército a realizar un cateo, y generalmente nunca tuvimos una falla eléctrica demasiado grave, a pesar que la guerrilla voló todos los postes de la cuadra, los equipos de la compañía eléctrica los levantaban en pocas horas, principalmente por que en la cercanía se ubicaba el Hospital Militar y necesitaban energía.
Pero mi abuela pasaba contando los días que los soldados tocarían a la puerta, llegó a tal su angustia que un día dispuso quemar todos los artículos “subversivos” que mi Tío Nelson –entonces de menos de 23 años- había colgado en su habitación. Fueron a la hoguera sus posters del Che Guevara, Fidel Castro, la revolución cubana y luego el fuego justiciero también agregó imágenes de Queen, Santana, Led Zeppelin, etc… Cualquier foto, recorte o poster de cualquier peludo o barbudo que para el criterio de mi abuelita representaban algún resquicio rebeldía.
Los quemamos, por que ayudé encantado, haciendo valer el potencial pirómano que todo niño posee, hicimos una pira; tal cual hizo hacía tantos siglos Fray de Diego de Landa con los códices mayas en Yucatán, y les dimos fuego consumiendolo todo; luego, para no dejar rastros, revolvimos la ceniza con tierra negra y la cubrimos, le colocamos unos ladrillos encima, no vaya a ser que los soldados hipotéticos luego preguntaran, ¿Qué cosa es esa mancha gris? Y mi abuela se quedara pálida y sin respuestas.
Mi Tío Nelson no estaba, había salido como de costumbre, cuando regresó y se dio cuenta del desenfreno paranoico de mi abuela, estalló furioso por las paredes desudas de su cuarto, el aliento acre de licor se hizo sentir, en esa época su alcoholismo comenzaba a emerger con más fuerza, a pesar que la guerra se hacía más cruenta, la vida continuaba, ni las balas, ni las bombas, los militares o los guerrilleros lograron medrar su necesidad por la bebida, un vicio que lo llevó a su muerte, veinte años después, mientras se lavaba las manos.
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