Lo ocurrido en Haití es un desastre natural de proporciones inimaginables, hasta el momento de escribir estas líneas no se cuenta con un número de víctimas; ni siquiera aproximado, los medios de comunicación internacional discuten si las víctimas mortales alcanzan o sobrepasan las 100,000 personas.
El drama que en estos momentos vive esta república caribeña fue ocasionado por un evento natural, pero condimentado por décadas de malos manejos gubernamentales, despilfarro de dinero, una clase política corrupta que nunca dio signos de seriedad ni de institucionalidad. Podríamos catalogar al Estado de Haití como un Estado fallido, desde el punto de vista de un ciudadano común y corriente, no existen las instituciones que deberían de velar por su seguridad, su educación y su salud, quizás lo poco que había se lo llevó la hecatombe.
En mi vida he sufrido tres terremotos, puedo asegurar que son espantosos eventos naturales, suceden sin previo aviso y la energía liberada puede generar movimientos de la tierra realmente violentos. Aparte de toda la destrucción y muerte que he sido testigo, por algún motivo recuerdo el sonido premonitorio al terremoto del 13 de enero del 2001 ocurrido en El Salvador. En esa ocasión escuché un discreto sonido antes de comenzar el sismo, muy parecido a un lejano motor a reacción que se aproximaba, alguna personas han relatado haber escuchado sonidos similares antes de los terremotos, es un eco que al recordarlo pone los nervios de punta.
Los terremotos marcan épocas y trastocan la historia de sociedades enteras, recordemos que la ciudad de Guatemala –La Nueva Guatemala de la Asunción- tiene su sitio actual debido a los terremotos que sufriera Antigua Guatemala a finales del siglo XVIII. Pero también los terremotos se vuelven íntimos cuando marcan la historia personal de las víctimas, cuando fallece un amigo, un conocido o un familiar cercano. Mi propia historia familiar se encuentra alterada por un terremoto que ocurrió en la zona oriental de El Salvador en mayo de 1951; muchos años antes que yo naciera, marcó un antes y un después en mi familia, esa desgracia generó tantos diferentes eventos históricos que de no haber ocurrido, mi familia no se hubiera mudado a San Salvador y mi madre no hubiera conocido a mi padre y yo no existiera, mi existencia es producto indirecto de ese evento telúrico.
Los terremotos son eventos imposibles de contener, ocurren y seguirán ocurriendo, no hay forma de anticipar cuando o donde sucederán. Estamos a merced de ellos, pero el hecho que una sociedad sea más o menos vulnerable no ocurre por voluntad divina (como algunos se empeñan en creer) sino es pura responsabilidad humana.
Las sociedades más vulnerables, donde las instituciones fallan, donde es imposible curarse una herida por que el Estado no abastece de medicamento a los hospitales, o donde los edificios y casas no están asegurados por estrictas medidas de construcción son las que terminan más afectadas. Tristemente lo ocurrido en Haití es prueba de ello, nos hemos encontrado que uno de los eventos más destructivos de la naturaleza ha ocurrido en el lugar menos idóneo para suceder, de haber pasado en Japón, seguramente lamentaríamos la muerte de algunas decenas o incluso cientos de familias, pero es seguro que la sociedad japonesa se encuentra menos vulnerable a estos eventos que la haitiana, en Japón hay hospitales, medicamentos, helicópteros ambulancia, bomberos y el gobierno funciona de manera tal que la respuesta del Estado es relativamente inmediata.
En Puerto Príncipe –como en muchísimos sitios de nuestra América Latina- la débil institucionalidad y los pocos recursos imposibilitan a las instituciones funcionar, atender a los heridos, o buscar a las víctimas atrapadas en casas o edificios derrumbados. Hay problemas con mantener el orden y seguridad, ya precarias de por sí, en este momento los cables internacionales cuentan que hay conatos de anarquía, la comunidad internacional debe de tener en cuenta que la seguridad de los cuerpos de socorro y la de los propios haitianos es un punto fundamental en el éxito de las misiones.
El terremoto de Haití será recordado por generaciones, así como el de Managua en 1972, que está tan fresco en la memoria colectiva de los nicaragüenses que parece que hubiera ocurrido el año pasado; a tal punto, que en los casi 40 años que tiene el terremoto, hay zonas en Managua que aun no se han reconstruido. Cuando el visitante pregunta por tal o cual edificio o terreno baldío, la típica excusa del nica es “el terremoto lo botó…”, ningún gobierno ha hecho mucho en darnos una Managua moderna, limpia y funcional, en cambio han hecho piñata con el dinero del pueblo y de las ayudas extranjeras. Algo que hay que tener en cuenta en Haití, las ayudas deben de ser observadas a detalle y altamente supervisadas. En el caso salvadoreño, durante los terremotos que han azotado al país mucho del apoyo financiero internacional terminó donde menos se necesitan, generalmente en bolsillos de políticos corruptos o contratistas amañados, mientras que los más afectados seguían viviendo en la intemperie.
Haití está en problemas, una república que históricamente nos dio cátedra de americanismo al ser el segundo país en independizarse de Europa y el primero en la historia en romper con el anquilosado sistema esclavista, ahora llora su desgracia, perpetrada por un destructivo terremoto pero acrecentada al extremo por un Estado corrompido.
También lloramos con ellos.
Publicado en periódico Long Island al Día
El drama que en estos momentos vive esta república caribeña fue ocasionado por un evento natural, pero condimentado por décadas de malos manejos gubernamentales, despilfarro de dinero, una clase política corrupta que nunca dio signos de seriedad ni de institucionalidad. Podríamos catalogar al Estado de Haití como un Estado fallido, desde el punto de vista de un ciudadano común y corriente, no existen las instituciones que deberían de velar por su seguridad, su educación y su salud, quizás lo poco que había se lo llevó la hecatombe.
En mi vida he sufrido tres terremotos, puedo asegurar que son espantosos eventos naturales, suceden sin previo aviso y la energía liberada puede generar movimientos de la tierra realmente violentos. Aparte de toda la destrucción y muerte que he sido testigo, por algún motivo recuerdo el sonido premonitorio al terremoto del 13 de enero del 2001 ocurrido en El Salvador. En esa ocasión escuché un discreto sonido antes de comenzar el sismo, muy parecido a un lejano motor a reacción que se aproximaba, alguna personas han relatado haber escuchado sonidos similares antes de los terremotos, es un eco que al recordarlo pone los nervios de punta.
Los terremotos marcan épocas y trastocan la historia de sociedades enteras, recordemos que la ciudad de Guatemala –La Nueva Guatemala de la Asunción- tiene su sitio actual debido a los terremotos que sufriera Antigua Guatemala a finales del siglo XVIII. Pero también los terremotos se vuelven íntimos cuando marcan la historia personal de las víctimas, cuando fallece un amigo, un conocido o un familiar cercano. Mi propia historia familiar se encuentra alterada por un terremoto que ocurrió en la zona oriental de El Salvador en mayo de 1951; muchos años antes que yo naciera, marcó un antes y un después en mi familia, esa desgracia generó tantos diferentes eventos históricos que de no haber ocurrido, mi familia no se hubiera mudado a San Salvador y mi madre no hubiera conocido a mi padre y yo no existiera, mi existencia es producto indirecto de ese evento telúrico.
Los terremotos son eventos imposibles de contener, ocurren y seguirán ocurriendo, no hay forma de anticipar cuando o donde sucederán. Estamos a merced de ellos, pero el hecho que una sociedad sea más o menos vulnerable no ocurre por voluntad divina (como algunos se empeñan en creer) sino es pura responsabilidad humana.
Las sociedades más vulnerables, donde las instituciones fallan, donde es imposible curarse una herida por que el Estado no abastece de medicamento a los hospitales, o donde los edificios y casas no están asegurados por estrictas medidas de construcción son las que terminan más afectadas. Tristemente lo ocurrido en Haití es prueba de ello, nos hemos encontrado que uno de los eventos más destructivos de la naturaleza ha ocurrido en el lugar menos idóneo para suceder, de haber pasado en Japón, seguramente lamentaríamos la muerte de algunas decenas o incluso cientos de familias, pero es seguro que la sociedad japonesa se encuentra menos vulnerable a estos eventos que la haitiana, en Japón hay hospitales, medicamentos, helicópteros ambulancia, bomberos y el gobierno funciona de manera tal que la respuesta del Estado es relativamente inmediata.
En Puerto Príncipe –como en muchísimos sitios de nuestra América Latina- la débil institucionalidad y los pocos recursos imposibilitan a las instituciones funcionar, atender a los heridos, o buscar a las víctimas atrapadas en casas o edificios derrumbados. Hay problemas con mantener el orden y seguridad, ya precarias de por sí, en este momento los cables internacionales cuentan que hay conatos de anarquía, la comunidad internacional debe de tener en cuenta que la seguridad de los cuerpos de socorro y la de los propios haitianos es un punto fundamental en el éxito de las misiones.
El terremoto de Haití será recordado por generaciones, así como el de Managua en 1972, que está tan fresco en la memoria colectiva de los nicaragüenses que parece que hubiera ocurrido el año pasado; a tal punto, que en los casi 40 años que tiene el terremoto, hay zonas en Managua que aun no se han reconstruido. Cuando el visitante pregunta por tal o cual edificio o terreno baldío, la típica excusa del nica es “el terremoto lo botó…”, ningún gobierno ha hecho mucho en darnos una Managua moderna, limpia y funcional, en cambio han hecho piñata con el dinero del pueblo y de las ayudas extranjeras. Algo que hay que tener en cuenta en Haití, las ayudas deben de ser observadas a detalle y altamente supervisadas. En el caso salvadoreño, durante los terremotos que han azotado al país mucho del apoyo financiero internacional terminó donde menos se necesitan, generalmente en bolsillos de políticos corruptos o contratistas amañados, mientras que los más afectados seguían viviendo en la intemperie.
Haití está en problemas, una república que históricamente nos dio cátedra de americanismo al ser el segundo país en independizarse de Europa y el primero en la historia en romper con el anquilosado sistema esclavista, ahora llora su desgracia, perpetrada por un destructivo terremoto pero acrecentada al extremo por un Estado corrompido.
También lloramos con ellos.
Publicado en periódico Long Island al Día
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