Una elefanta ha muerto.
Que los elefantes mueran no es cosa de extrañar, lo han hecho desde que los elefantes son elefantes, digamos que desde hace algunos millones de años, son los descendientes de toda esa fauna gigantesca que despareció a finales del Pleistoceno.
La cuestión es que una elefanta murió en el zoológico nacional, no es de extrañar que mueran animales en el zoológico, lo hacen continuamente, por la propia vida del animal que cumple sus años en cautiverio y por que posiblemente el lugar o la alimentación no es lo que debería, total, como en todo, es multifactorial.
La finada en cuestión fue Manyula, una elefanta de la india que vino a El Salvador a principios de la década de 1950, y que la mayoría de citadinos, y mucha gente del interior del país en algún momento de nuestra niñez nos llevaron a un peregrinaje al zoológico y la vimos.
Seguro que Manyula fue el primer elefante que he visto en mi vida, antes los había visto en fotografiados en algún libro, así que cuando me abalancé al tubo que separaba su jaula de mi persona no pude más que sorprenderme por ver el enorme animal caminando de arriba para abajo. Algunos le extendían la mano y le daban “churritos”, yo no le di, me dio cierto temor, en el fondo era un animal salvaje, incontrolable, que no debería de haber vivido 60 años en un espacio que no lograba las dimensiones que se merecía, ni tampoco tuvo contacto con otro de su especie; por eso, entre otros berrinches que cada cierto tiempo hacía, terminó matando a dos de sus guardianes.
Sin embargo, algunos dicen que era dócil, que había que acercársele con respeto y al parecer, las últimas décadas había desarrollado cierta simpatía con algunos hombres que la visitaban, era agradable verla cuando uno pasaba entre el tráfico frente al zoológico, simplemente estaba ahí, era parte del fondo de la ciudad, y como mi historia particular, asimismo una buena cantidad de salvadoreños significó algo en su historia de vida.
Como dijo Roque Dalton en Historias Prohibidas de Pulgarcito “El zoológico es uno de los paseos más concurridos de San Salvador, fundamentalmente porque para entrar en él y recorrerlo no hay que pagar un solo centavo –eso en otro tiempo- . Los cines en cambio son carísimos, los teatros no existen y a los bares no puede uno llevar a los niños”, en otra palabras, un país donde la oferta cultural y lúdica se cuentan con los dedos de una mano, el zoológico es un sitio fundamental.
No hace falta pasarse frente al portón para ver a la muchedumbre que por razones económicas no tiene acceso a la Gran Vía o Multiplaza, al cine o ir a la playa, así que ahí los vemos esperando entrar y ver los animales, caminar bajo las sombra de los árboles y acercarse un tanto a lo salvaje. No hay cosa más interesante que la actuación de los monos y ver la cara del pueblo riéndose ante un espejo natural de nuestra humanidad.
Y claro, hasta el día de hoy, ver a un animal del tamaño de un bus caminando de arriba abajo, hacía a nuestra Manyula el animal más grande del país –con excepción de las ballenas que de vez en cuando llegan a nuestras costas, pero es difícil verlas-.
Yo dejé de visitar el zoológico cuando consideré que los animales no deberían de estar enjaulados, creo que deberían de ser libres y dejarlos ser animales, obvio que no podemos en una arranque de pasión ir y liberar a las panteras, leones y monos, considerando que estos, ya no pueden adaptarse al medio salvaje, así que habrá que aguantar que de una u otra forma vayan muriendo y ver como se reemplazan. Eso sí, considero que vale la pena conservar la osamenta, es de alto valor educativo y científico, además perpetúa de alguna forma el recuerdo del animal, los huesos pueden ir y exhibirse perfectamente en el Museo de Historia Natural, que actualmente tiene una guión tan pobre que mi propia casa tiene objetos más interesantes que los presentados en dicho museo.
Así que la Elefante murió, y como en todo en este país, por un lado están los que lloran la muerte del paquidermo y de pronto, casi de la nada, ha surgido un grupo que critica a los que lloran.
Uno cree que lo ve todo, así dije hace unas semanas cuando vi que los fans de King Flyp se multiplicaban en el contador de YouTube y luego semanas después escuché algunos que justifican el actuar de las pandillas. El último grito de la moda del absurdo son los que de una u otra forma se oponen que la gente sienta y llore la muerte del animal.
Los hay de todos, los que les molesta el “show mediático” por que les harta de alguna forma, y los que no faltan, los que últimamente se han vuelto más populares, los que creen en las teorías de la conspiración. Estos creen que la muerte de la animala es una cortina de humo, o una manipulación para no pensar en los barriles con los narcodolares o quitar la atención al problema de la criminalidad, al aumento de los frijoles o la ley antipandillas, o que Funes es de la CIA, o que Chavez es extraterrestre, etc, etc, etc.
Otros se presentan con el argumento que es inmoral estar de luto por Manyula si hay tanta muerte en los hospitales públicos, niños en la calle y asesinatos por las pandillas o por los narcos. Tiene razón pero no lo tiene al mismo tiempo, pues no veo a los mismos acarreando medicinas a los hospitales o dándole de comer a los desempleados, o llevándose niños de la calle a su casa, en fin, todas esas cosas que los “políticamente correctos” acusan a los que pecan por tener sensibilidad animal.
Es decir, si tiran piedras habrá que cubrirse bien por que todos tienen techos de vidrio, asimismo muchos que se les incrimina de ser sensibles, no implica que no sientan la muerte de una persona, días después que los pandilleros quemaran un bus he visto escenas bastante deprimentes en el país, sentí como el miedo hacía mella en nuestra moral nacional, muertes violentas y sin sentido, aun no puedo quitarme de la mente imaginarme a las personas tratando de salir de un bus incendiado, para ser rematados desde afuera por un pandillero que seguro se reía.
Sí, el mismo pandillero que los “políticamente correctos” han transformado en víctima, legitimando de alguna forma el asesinato y convirtiéndolo en una especie de activismo social. Por ahí alguien dijo que la gente más valiente y que no cree en los paros de transporte son los que andan en carro, que los de a pie, sí que le tienen miedo, por que en este país, cualquier cosa es posible.
En todo caso, ¿Quienes somos para decirle que llorar o que no deben de llorar a la gente?, la muerte de Manyula es una expresión popular, no importa si es potenciada por el facebook, internet, radio, televisión o periódico, es la reacción de la gente, interesante en todo caso. Asimismo su contraparte, de los que se oponen con el afán de contradecir, de polarizarnos, quizás esa es nuestra más profunda maldición, nunca estar de acuerdo entre nosotros mismos, ni en la muerte de un paquidermo.
Puede ser también que los “políticamente correctos” nunca se les ha muerto una mascota, en cierto sentido la elefanta, ese ícono de la ciudad que estuvo con nosotros prisionera desde la época de Osorio terminó siendo por puro aguante típico de un salvadoreño, una enorme mascota nacional.
Una mascota de todos.
Que los elefantes mueran no es cosa de extrañar, lo han hecho desde que los elefantes son elefantes, digamos que desde hace algunos millones de años, son los descendientes de toda esa fauna gigantesca que despareció a finales del Pleistoceno.
La cuestión es que una elefanta murió en el zoológico nacional, no es de extrañar que mueran animales en el zoológico, lo hacen continuamente, por la propia vida del animal que cumple sus años en cautiverio y por que posiblemente el lugar o la alimentación no es lo que debería, total, como en todo, es multifactorial.
La finada en cuestión fue Manyula, una elefanta de la india que vino a El Salvador a principios de la década de 1950, y que la mayoría de citadinos, y mucha gente del interior del país en algún momento de nuestra niñez nos llevaron a un peregrinaje al zoológico y la vimos.
Seguro que Manyula fue el primer elefante que he visto en mi vida, antes los había visto en fotografiados en algún libro, así que cuando me abalancé al tubo que separaba su jaula de mi persona no pude más que sorprenderme por ver el enorme animal caminando de arriba para abajo. Algunos le extendían la mano y le daban “churritos”, yo no le di, me dio cierto temor, en el fondo era un animal salvaje, incontrolable, que no debería de haber vivido 60 años en un espacio que no lograba las dimensiones que se merecía, ni tampoco tuvo contacto con otro de su especie; por eso, entre otros berrinches que cada cierto tiempo hacía, terminó matando a dos de sus guardianes.
Sin embargo, algunos dicen que era dócil, que había que acercársele con respeto y al parecer, las últimas décadas había desarrollado cierta simpatía con algunos hombres que la visitaban, era agradable verla cuando uno pasaba entre el tráfico frente al zoológico, simplemente estaba ahí, era parte del fondo de la ciudad, y como mi historia particular, asimismo una buena cantidad de salvadoreños significó algo en su historia de vida.
Como dijo Roque Dalton en Historias Prohibidas de Pulgarcito “El zoológico es uno de los paseos más concurridos de San Salvador, fundamentalmente porque para entrar en él y recorrerlo no hay que pagar un solo centavo –eso en otro tiempo- . Los cines en cambio son carísimos, los teatros no existen y a los bares no puede uno llevar a los niños”, en otra palabras, un país donde la oferta cultural y lúdica se cuentan con los dedos de una mano, el zoológico es un sitio fundamental.
No hace falta pasarse frente al portón para ver a la muchedumbre que por razones económicas no tiene acceso a la Gran Vía o Multiplaza, al cine o ir a la playa, así que ahí los vemos esperando entrar y ver los animales, caminar bajo las sombra de los árboles y acercarse un tanto a lo salvaje. No hay cosa más interesante que la actuación de los monos y ver la cara del pueblo riéndose ante un espejo natural de nuestra humanidad.
Y claro, hasta el día de hoy, ver a un animal del tamaño de un bus caminando de arriba abajo, hacía a nuestra Manyula el animal más grande del país –con excepción de las ballenas que de vez en cuando llegan a nuestras costas, pero es difícil verlas-.
Yo dejé de visitar el zoológico cuando consideré que los animales no deberían de estar enjaulados, creo que deberían de ser libres y dejarlos ser animales, obvio que no podemos en una arranque de pasión ir y liberar a las panteras, leones y monos, considerando que estos, ya no pueden adaptarse al medio salvaje, así que habrá que aguantar que de una u otra forma vayan muriendo y ver como se reemplazan. Eso sí, considero que vale la pena conservar la osamenta, es de alto valor educativo y científico, además perpetúa de alguna forma el recuerdo del animal, los huesos pueden ir y exhibirse perfectamente en el Museo de Historia Natural, que actualmente tiene una guión tan pobre que mi propia casa tiene objetos más interesantes que los presentados en dicho museo.
Así que la Elefante murió, y como en todo en este país, por un lado están los que lloran la muerte del paquidermo y de pronto, casi de la nada, ha surgido un grupo que critica a los que lloran.
Uno cree que lo ve todo, así dije hace unas semanas cuando vi que los fans de King Flyp se multiplicaban en el contador de YouTube y luego semanas después escuché algunos que justifican el actuar de las pandillas. El último grito de la moda del absurdo son los que de una u otra forma se oponen que la gente sienta y llore la muerte del animal.
Los hay de todos, los que les molesta el “show mediático” por que les harta de alguna forma, y los que no faltan, los que últimamente se han vuelto más populares, los que creen en las teorías de la conspiración. Estos creen que la muerte de la animala es una cortina de humo, o una manipulación para no pensar en los barriles con los narcodolares o quitar la atención al problema de la criminalidad, al aumento de los frijoles o la ley antipandillas, o que Funes es de la CIA, o que Chavez es extraterrestre, etc, etc, etc.
Otros se presentan con el argumento que es inmoral estar de luto por Manyula si hay tanta muerte en los hospitales públicos, niños en la calle y asesinatos por las pandillas o por los narcos. Tiene razón pero no lo tiene al mismo tiempo, pues no veo a los mismos acarreando medicinas a los hospitales o dándole de comer a los desempleados, o llevándose niños de la calle a su casa, en fin, todas esas cosas que los “políticamente correctos” acusan a los que pecan por tener sensibilidad animal.
Es decir, si tiran piedras habrá que cubrirse bien por que todos tienen techos de vidrio, asimismo muchos que se les incrimina de ser sensibles, no implica que no sientan la muerte de una persona, días después que los pandilleros quemaran un bus he visto escenas bastante deprimentes en el país, sentí como el miedo hacía mella en nuestra moral nacional, muertes violentas y sin sentido, aun no puedo quitarme de la mente imaginarme a las personas tratando de salir de un bus incendiado, para ser rematados desde afuera por un pandillero que seguro se reía.
Sí, el mismo pandillero que los “políticamente correctos” han transformado en víctima, legitimando de alguna forma el asesinato y convirtiéndolo en una especie de activismo social. Por ahí alguien dijo que la gente más valiente y que no cree en los paros de transporte son los que andan en carro, que los de a pie, sí que le tienen miedo, por que en este país, cualquier cosa es posible.
En todo caso, ¿Quienes somos para decirle que llorar o que no deben de llorar a la gente?, la muerte de Manyula es una expresión popular, no importa si es potenciada por el facebook, internet, radio, televisión o periódico, es la reacción de la gente, interesante en todo caso. Asimismo su contraparte, de los que se oponen con el afán de contradecir, de polarizarnos, quizás esa es nuestra más profunda maldición, nunca estar de acuerdo entre nosotros mismos, ni en la muerte de un paquidermo.
Puede ser también que los “políticamente correctos” nunca se les ha muerto una mascota, en cierto sentido la elefanta, ese ícono de la ciudad que estuvo con nosotros prisionera desde la época de Osorio terminó siendo por puro aguante típico de un salvadoreño, una enorme mascota nacional.
Una mascota de todos.