Los últimos años he notado un aumento en criticar las festividades de independencia nacional.
En el mundo académico es constante alejarnos del sentimiento patriotero, parece que nos urge hacerlo. No sucede lo mismo en otras esferas; en este caso, las fiestas nacionales se celebran y se reducen a las banderas, a los colores y a las bandas estudiantiles con sus “cachiporristas” que marchan por las avenidas soplando trompetas y dándole a los tambores. Este diseño de fiesta patria tiene un contenido lúdico y emotivo, es una celebración sin el mayor contenido que la fiesta en sí misma. Otros, prefieren no celebrar porque están convencidos que no hay nada que celebrar, que la independencia es “paja”, ¡caput!.
Hubo un tiempo que la fiesta tenía un significado para mí, durante mi vida colegial preparaba junto a mis compañeros un mural cívico, alguien se encargaba de hacer las cadenas de colores con papel crespón, otros preparaban banderitas; y yo, que siempre tuve cierta capacidad para el arte me tocaba dibujar los símbolos patrios, sobre todo a mi favorito, el prócer José Matías Delgado.
Hay que saber que el mentado prócer es fácil de reconocerlo porque en la mayoría de imágenes aparece de perfil luciendo una enorme nariz. En algún momento dispuse dejar a Matías Delgado más narizón que el año anterior, el plan funcionó un par de septiembres hasta que mi buen amigo Ricardo Barahona quien siempre tuvo mejor aptitud para el dibujo me reemplazó; en buena hora, de lo contrario seguro terminábamos celebrando la gesta independentista de Pinocho.
Ya en serio, el diseño de Patria que nos inculcan en la escuela es producto de un interés del Estado, así como en la religión nos dan catecismo, en la escuela nos enseñan Patria, existe un ministerio de educación que se esfuerza en preparar currículos alrededor de dicho concepto. No se asusten, todos hemos sido educados de esa forma, sino le dicen a un niño que la bandera azul y blanco tiene una concepción mucho más compleja que una tela de colores, con dificultad caería en cuenta que representa un colectivo que el Estado administra. Y es que el dichoso Estado se baña en una ideología, vea el siguiente ejemplo: yo que soy de la generación de la guerra civil recuerdo cuando el Gobierno obligaba –aun lo hace- a trasmitir el Himno Nacional al cierre de las cadenas de televisión, no había que ser un adulto para darse cuenta que en el estribillo que dice “Le protege una férrea barrera contra el choque de ruin deslealtad” aparecía una imagen la imagen de unos soldados marchando y luego un guerrillero del FMLN disparando, noten la trampita ideológica; ahora, aunque la tortilla ya dio vuelta y el devenir histórico llevó a los que en algún momento representaron el “ruin deslealtad” al gobierno, el Estado –donde ellos son parte- sigue una ideología determinada.
Dentro de toda esa parafernalia ideológica nos encontramos con el discurso independentista, los que abjuran de nuestra independencia tienen que entender que la independencia no es un absoluto, la independencia es una utopía, es un camino, un andar, un concepto liberal del siglo XVIII y XIX. Quizás ahora ante nuestra realidad nos puede parecer risible, pero es que en estos tiempos de incertidumbre es difícil que nos traguemos estas utopías, sobre todo, porque vivimos en un mundo globalizado.
¡Gran problema!, somos tan independientes como nuestra circunstancia nos permite, y hay que ver que lo seremos de acuerdo a ciertos intereses internos, si nos venden la idea de una independencia pura y llana habría que demandar al Gobierno ante la Defensoría del Consumidor por propaganda engañosa.
Tengamos presente que los firmante del acta de separación de España, conocido ahora como Acta de Independencia tampoco habían pensado seriamente en ser independientes, pocos meses después nos estábamos anexionando a México. Para algunos la anexión fue el acabose y terminaron por levantarse en armas, uno de ellos fue nuestro querido Francisco Morazán, que con un ejército de hombres descalzos y de escuálidos caballos se enfrentó a fuerzas guatemaltecas y mexicanas. Luego que México ( por razones internas) se retirara de Centroamérica, nos quedamos solos, y por pura sustracción histórica nos vimos obligados a construir una federación. Dicho y hecho, pero más tardó la federación en erigirse que nosotros en darnos de madres, se formaron dos bandos, los liberales por un lado y los conservadores por el otro. Y así se fue desgastando la frágil Centroamérica, a tal punto que la federación terminó en nada y El Salvador se declaró en república independiente el 22 de febrero de 1841, ni modo, comenzamos nuevamente a andar más solos.
Entonces, ¿Qué es eso llamado patria?,
Hay varias definiciones, Severo Martínez Peláez con su “Patria del Criollo” nos dice que nuestra patria es un sueño que les cuajó poco a poco a los criollos al oponerse a los peninsulares, por contradicciones económicas internas pues.
Con la popularidad que ha alcanzado las teorías de la conspiración, es usual encontrarnos con la tesis que la independencia fue un complot de las clases pudientes, dicha postura se encuentra adecuadamente comprobada por los análisis políticos que algunos colegas historiadores han hecho. Pero “una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa”, algunos ven en el pasado la representación fiel de las fuerzas políticas actuales firmando el acta de la independencia, un completo absurdo, estos consideran que el concepto de Patria actual es la hija bastarda del interés con una supuesta independencia, una superchería más de tantas otras.
Regresemos a la Patria como discurso propagandístico del Estado y con el 15 de septiembre como su génesis. El Estado urge que le prestemos atención, de no hacerlo nos constriñe y se encarga de motivarnos a palos, por eso vemos a los militares marchando por las calles en estos días de celebración, es momento de enseñar el garrote.
No somos libres dijo Durkheim, cosa cierta, el Estado va más allá y le urge transformarse en supraorgánico y colocarse junto a la cultura, o incluso dominarla y someterla, por eso vemos continuamente discursos estatales con el fin de transformar nuestra cultura, el armatoste para la administración nos avasalla y no nos damos cuenta.
¿Entonces Patria es igual a Estado?, pues no, Patria es la emotividad que tiene la Nación de sí misma, cosa que es fácilmente manipulable de acuerdo a los intereses ideológicos del Estado. Notemos algo interesante, antes de la llegada de los españoles ya habían señoríos por aquí, el último –que ahora llamamos pipiles, pero no sabemos cómo se llamaban a sí mismos- estaba ubicado en las cercanías de Antiguo Cuscatlán y los españoles terminaron por desmantelarlo, no dudo que los antiguos cuscatlecos tuvieran su Patria y su Estado (muy diferente al nuestro por supuesto), y a pesar de su amor y resistencia terminamos en otra cosa, un Estado desapareció y otro régimen se impuso; luego, con el tiempo dicho sistema colonial ya no fue, y terminamos con armar un Estado Federal que se abortó a los pocos años, así de tumbo en tumbo y por pura casualidad hemos terminado en una etapa republicana, conociendo la historia no daría seguridad que el nuestro actual Estado continúe por la eternidad, la república puede ser cualquier cosa pero no infinita.
Dagoberto Gutiérrez ha dicho que somos salvadoreños en cuanto no somos guatemaltecos, hondureños, nicas o ticos, creo que tiene razón, yo le agregara que esta nación salvadoreña creada por el Estado es un intento homogenizarnos ante otras naciones que viven o vivieron en nuestra tierra, las naciones indígenas las han hecho tan invisibles que algunos indios preguntan extrañados si realmente existen indios en este país. Otra nación que despareció fueron los mulatos y africanos, fue blanqueada lo suficiente para que sus tataranietos consideren que África es completamente ajena a nuestra cultura, sus descendientes lo ven como cosa de otro mundo.
La gran fregada es que no tenemos otra Patria, y como se trata de emotividades, la Patria nos persigue como aquellas relaciones amorosas complicadas, que aunque desistamos y la neguemos como el famoso personaje del Asco de Castellanos Moya, siempre caemos y regresamos a sus brazos, para volverla a joder. Es que nosotros tenemos una Nación tan transnacional que la vuelve neurótica pero provincial, centralista, escéptica de sí misma y tan de doble moral que harta. Nuestra nación se cree casi cualquier cuento, es mal educada, es asesina, otras veces es chillona, traicionera, buscapleitos y con tendencia a la anarquía, buscamos el primer resquicio para negarnos a nosotros mismos, al amor colectivo, ese que llamamos Patria.
Que conste, no nos queda otra Patria más que esta, es crítico, tomando en cuenta que nuestra estirpe condenada no tendrá una segunda oportunidad sobre esta tierra.